lunes, 16 de julio de 2012

El Niño de la Bicicleta, de Jean-Pierre y Luc Dardenne


Un niño agarra fuertemente el tubo del teléfono. No quiere soltarlo, a pesar de que así se lo demandan. Su expresión, de una expectación indescriptible, es frenética. Está esperando oír una voz. Una sola voz, la de su padre.

El niño, Cyril, está internado en un instituto de menores. Está buscando a su padre. A pesar de que las autoridades del instituto lo han buscado y no han dado con él, Cyril está obstinado a encontrarlo. Se niega a creer que vendió su propia bicicleta, se niega a creer que se mudó, se niega a creer que no quiere verlo, se niega a creer que lo abandonó. Lo que vemos es sencilla y complejamente, la búsqueda que Cyril realiza de su figura paterna, el vacío que le provoca la ausencia de ese héroe con el que se identifica y que está dispuesto a seguir a cualquier parte.
Si en El Niño los Dardenne pretendían hablar acerca de la dificultad que posee un hombre adulto de aceptar la responsabilidad paterna, de abandonar ese estado de niñez, de delincuente infantil que cambia a su propio bebé por dinero; en esta película la mirada está puesta sobre el niño, quien debe aceptar brutalmente que su padre está ausente y que es necesario cambiar el rumbo, adoptar otra figura paterna.
El problema es que, justamente, el niño es un niño, y está preso de su propio laberínto. Buscando ese héroe paterno a seguir, se cruza con un delincuente callejero que “lo adopta como mascota” e inmediatamente reniega del amor que una joven peluquera, que lo adopta y acompaña, le pretende dar. Lo que se pone de manifiesto es ese mundo drásticamente adulto al que el niño, repentinamente, debe enfrentarse.
Pero el tema aún más importante es esa forma, tan característica de esta dupla, elegida para contarnos Rosetta, para contarnos El Hijo, para contarnos El Silencio de Lorna. Esa forma Dardenniana con todas sus constantes y variantes a cuestas. Su constante seguimiento del protagonista en tiempo fríamente presente, sin flashbacks ni ninguna articulación temporal notable de montaje, marcando y remarcando el proceso emocional que este atraviesa. Si en El Hijo el protagonista cargaba con la cámara en su espalda como un Jesús contemporáneo (carpintero y todo) que hace un sacrificio enorme en nombre de su hijo, aquí es este niño el que carga con el peso de todo ese mundo que se niega a aceptarlo en su condición de tal. En su condición de niño. Dispuesto a cualquier cosa por conseguir el amor de su padre. De un padre.
Ya van tres intentos de escribir esta primera oración de este párrafo, todos fallidos por no encontrar las palabras convenientes para describir la actuación del protagonista, Cyril, protagonizado por Thomas Doret, por parecerme todas ellas demasiado redundantes o empalagosas. Hasta el día de hoy (la película la vi el miércoles pasado) se me repite en la mente, en forma de loop, la escena que describo al comienzo de este artículo. Ese niño, frenético, ansioso, con su eterna remera roja, jeans y zapatillas, temeroso de hundirse en el abismo si suelta ese tubo del teléfono. Realmente no hay palabras que no suenen redundantes. Según los mismos Dardenne, en esa pequeña conferencia de preguntas de espectadores que ofrecieron al final de la película, para el casting se presentaron algo así como 200 niños, lo que pone indefectiblemente en evidencia el ojo criterioso de selección que poseen estos directores para con sus actores. No se si a raíz de esa conferencia es que se activó este mencionado loop, ya que mencionaron que la prueba crucial de dicho casting era la escena donde sostiene dicho tubo, esperando que atienda su padre. Detalle aparte.
Dudo mucho que hubiesen encontrado alguien mejor. El tal Doret, en definitiva, se lleva merecidamente todos los aplausos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

creo que muchos directores intentan mostrar estados, relaciones y cambios en los personajes de manera que con el juego del montaje y la elección de las situaciones se dé a la luz, se haga evidente el resultado buscado. Los hermanos Dardenne reconfirman su habilidad a la hora de hacer evidente las emociones sin caer en la banalización de las mismas. Siempre por estos motivos o por los que no llego a entender todavía, lo hacen y en esta película para mí, con mucha mas fuerza que nunca: el juego dialéctico en una sociedad indiferente con miembros que juegan un papel contrario, los conmovidos, los que actúan frente a lo que sucede frente a ellos y los mas indefensos, a merced de este juego. El problema no es el hombre, es el sistema vicioso que nos infecta a todos llevandonos a estar todos contra todos. voluntades individuales conmovidas son apenas el oasis en un desierto confortable para los incluidos.